domingo, noviembre 16, 2008

Cuando las palabras se acaban

Las palabras no se acaban en realidad...

Puedo justificar mi reciente carencia de creatividad de mil formas pero la verdad es que mi musa y yo decidimos dedicarnos a escribir en papel; sí, como cuando conocí las letras. Volví a experimentar ese placer cada vez menos común de deslizar una punta sobre una hoja de papel y recordé lo placentero que resulta escribir sólo para un lector y es que también podría repetir una y otra vez que incluso en este blog "sólo escribo para mi" pero eso sería otra mentira; todo blog público busca lectores y el autor los disfruta. Divagando al respecto puedo confesar que disfruto cada crítica, las que llegan al email y las que se publican como "comment". No hay una que no disfrute; sean agradables para la autora o no lo sean se disfrutan porque indican que uno de los objetivos de la publicación se cumple: LAS PALABRAS SE LEEN.


Retomando el placer de la escritura como tal, los últimos 20 días he llenado más de 150 hojas de papel y disfrutado cada una de ellas, disfrutando cada trazo en papel y escuchando el crujir de la hoja al ser marcada. Cada letra escrita durante los últimos 20 días ha sido extraída de lo más profundo de los pensamientos de la autora, ha sido acompañada de infinidad de sentimientos y sensaciones, de dolores de cabeza y de suspiros profundos... y es que publiqué en este medio tantas letras durante tanto tiempo que finalmente pasó lo que era obvio que pasaría: se acabaron las palabras. Se acabaron esas palabras que necesitaban ser leídas por alguien distinto a la autora, mis palabras calmaron su sed de ser leídas y la autora necesitó dejarlas descansar del ojo ajeno a ella y necesitó descanso para ella también.

Algunas palabras comenzaron a doler y los deseos de hablar se acabaron. Las palabras se acabaron dolorosamente despacio; como cuando rompes una hoja de papel y cruje y se dobla resistiéndose a ser destruida... y la musa me encontró en el silencio de mi habitación, en mi espacio. Las letras comenzaron a fluir y aquellas palabras que dolían exigieron ser plasmadas en papel. En el trance propio de las tormentas repentinas me abandoné al papel y los bolígrafos, tintas y lapices en mi escritorio resultaron insuficientes.


El tiempo transcurrió; la calma regresó y las palabras dejaron paulatinamente de doler... debo confesar que aún siendo dolorosas fueron en todo momento placenteras, era como sacar lentamente una espina profundamente clavada. Me reconcilié con la publicación y heme aquí: divagando al respecto. Justificando la ausencia con la firme intención de dejar un testimonio de lo ocurrido y no es que se acabaran las palabras, es que las letras saturaron a la autora y las letras por sí mismas no ayudan en mucho.


Una letra debe formar una palabra para dar sentido a algo y en mi mundo siempre ha sido una necesidad imperativa el escribir; últimamente incluso noté empatía con cada letra. Las letras plasmadas con trazos fuertes causaban una emoción igual de fuerte, las letras con trazos débiles causaban una emoción con pocos ánimos de ser expresada pero igualmente valiosa. De cada letra aprendí, de cada palabra conocí algo y reencontrando las letras redescubrí el placer sencillo de la escritura en papel... reencontrándome con las palabras me reencontré y reconciliándome con las letras lo hice conmigo.

No necesité más.